Para dialogar es importante aprender a oír, saber escuchar. Cuántas veces después de largas discusiones llegamos al final a saber que estábamos discutiendo por conceptos diferentes, creíamos que el otro pensaba algo pero no era así: «Yo creía que lo que tú me decías era…»

Aunque no podemos clasificar en forma determinada lo que es del hombre y lo que corresponde a la mujer, sí podemos pensar que en líneas generales, el hombre es más racional que emotivo y la mujer más emotiva que racional.

Los sentimientos almacenados en nosotros no se evaporan sino que estallan en el curso de una discusión y en el momento menos esperado.

En una discusión es muy importante cuidarnos de la postura externa, la expresión facial, el tono de voz. Herimos más con ellas que con el significado de las palabras que decimos. Hay que cuidar la sensibilidad de cada uno para no herir hasta poder resolver los mutuos desacuerdos.

Hay una regla de oro que si la pudiéramos aplicar siempre, nos ayudaría para no discutir tanto:

Antes de pensar en qué yo he sido herido, debo ponerme en el pellejo del otro y saber cuál ha sido su herida, cuál ha sido la razón de su disgusto.

Este procedimiento aumentará en nosotros la comprensión, el amor y la confianza mutua, las discusiones disminuirán en forma considerable, permitirá descubrir las «buenas» razones que el otro tuvo para actuar en la forma como lo hizo.

Debemos entender la posición de la otra persona, así no estemos de acuerdo con su planteamiento.

Para que el diálogo pueda dar los frutos deseados, requiere de ambos una virtud muy importante que permite establecer cualquier conversación sin sobresaltos y sin afectar la autoestima de nadie: la humildad.

La humildad en el verdadero sentido es saber reconocer nuestros defectos como también nuestras cualidades, tener la capacidad de aceptar que nos equivocamos, que cometimos un error. Pedir perdón aún cuando nos duela.

En toda discusión siempre hay alguien que quiere imponer su criterio sin tener en cuenta el del otro, todos nos creemos poseedores de la verdad y no se trata de saber quién tiene la verdad sino cuál es la verdad.

La humildad, cuando tenemos la razón, no maltrata a nadie, no permite que nos enorgullezcamos o nos sintamos superiores. La humildad no es debilidad, es fortaleza. Es muy fácil darle la razón a una persona cuando ésta es humilde.

Desafortunadamente tenemos un concepto muy equivocado de humildad, pensamos que la humildad nos empobrece como personas, nos aminora. La humildad por el contrario nos dignifica, nos hace grandes sin pisotear a nadie.

Es muy importante aprovechar los momentos de calma, de tranquilidad y amor, para que en esa calidez analicemos las cosas que no nos gustan del otro, aquello que nos mortifica cuando entramos en el campo de la discusión.

Hay personas que piensan que «decir las cosas como son» es una gran virtud y se ufanan de decir la verdad de frente y de andar sin rodeos. Esto puede tener parte de verdad, pero también con esa actitud podemos herir sentimientos, ofender a las personas y crear resentimientos.

Debemos decir la verdad pero debemos saber cuándo y cómo decirla, esto puede llegar a ser más importante. La prudencia es parte de la sabiduría. 

El cariño y la confianza son parte indispensable del diálogo. Recordemos que no podemos cambiar toda una vida de condicionamientos en una semana, mucho menos en unas horas o minutos de discusión, no podemos ser ilusos.

Como norma general deberíamos tener en cuenta que nunca debemos dialogar cuando estamos disgustados, decepcionados o con sentimientos de rabia o dolor.

Cuando dentro de nosotros sólo tenemos emociones negativas éstas anulan todo tipo de sentimientos positivos como el cariño, la confianza, la aceptación, el respeto.

Podemos tener las mejores intenciones, pero las emociones negativas son muy fuertes, nublan nuestra mente no permitiendo ser comprensivos, y sí llevándonos a un campo de batalla  donde seguramente ambos vamos a perder.

Podemos ganar una discusión pero también perder un corazón, ¿qué nos interesa más?.

Hay momentos en que hablar no sirve, es lo menos adecuado. Si el hombre es el que está disgustado tiende a juzgar a su mujer, a olvidar que su compañera es sensible y vulnerable y se puede mostrar agresivo, mezquino y desatento. Si es la mujer la que está enfadada, seguramente acusará, hará sentir culpable al nombre de su enfado y se mostrará resentida y dolida.

Podemos optar por escribir y aqui están algunas razones:

  • Cuando escribimos somos más reflexivos.
  • Al escribir quitamos gran parte de la carga emocional que tenemos.
  • El tono de voz, la expresión corporal, los gestos no tienen lugar como cuando hablamos.
  • Nuestras emociones negativas van perdiendo intensidad permitiendo espacios para que surjan aquellos sentimientos positivos que han existido siempre en nuestra relación.
  • Necesitamos procesar todas nuestras ideas mentalmente y es en este proceso cuando nos volvemos más ponderados, sopesamos lo que vamos a decir para no ir a equivocarnos, cosa que poco hacemos cuando hablamos.
  • La técnica de escribir puede ayudarnos a resolver muchos conflictos, permitiéndonos ser más racionales que emotivos, más prácticos que sensibles.

Por último, no podemos pensar que no haya amor por el solo hecho de tener dificultades para comunicarnos. La comunicación no siempre es fácil, es casi imposible expresar sentimientos negativos sin herir a nadie.

Creer que somos perfectos en nuestras comunicaciones es ser demasiado idealistas. La comunicación es un arte, debemos esforzarnos por aprenderlo. No es fácil comprender el punto de vista del otro, y mucho menos aceptar lo que no queremos oír.

Recordemos que para escuchar una señal de radio debemos poner el receptor en la misma frecuencia de onda, de lo contrario, es imposible la comunicación.

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